Ciudad Gótica fué descripta como el infierno que habiendo estallado a través del pavimento edificó una ciudad. Sus rascacielos y el humo de sus fábricas arrojaban sobre ella una sombra que la mantenía en un crepúsculo perpetuo. Como si el mismísimo infierno hubiera brotado del concreto y hubiese crecido en manos de la delincuencia y la corrupción, así es hoy nuestra Sociedad Gótica en la que hombres mueren a manos de otros hombres, sin sentido, sin criterio, sin vestigios de humanidad alguna. Cruelmente. Vanamente. Cuando la muerte pierde valor inevitablemente se deprecia también la vida y una sociedad que depreda y aniquila a su miembros, sean mujeres, ancianos o niños, es sin dudas una sociedad que ha iniciado el derrotero de la decadencia moral, política y social. Asistimos cada día a un nuevo teatro de la crueldad que despoja al individuo de su vida y de todo proyecto de felicidad . Tristemente no se trata de un film nuestra existencia y por tal no hay en el libro personaje alguno que como Batman encarne la justicia y la verdad para salvar a Ciudad Gótica de la violencia. Nosotros debemos ser los bastiones del retorno a los valores y así enfrentar la violencia social recurriendo a la construcción de sujetos éticos que tengan respeto por el semejante y sientan una compasión que les desacostumbre el alma y la psiquis al horror del maltrato deshumanizante. Combatir la anestesia moral que favorece el maltrato y lo naturaliza invisibilizando las secuelas del espanto que hemos construido como sociedad, requiere de una ética humanista que tenga en cuenta derechos esenciales como lo es el derecho a la vida y una ética estatal que propenda a la justicia como poder autónomo capaz de decir lo justo y aplicar sanciones efectivas a quienes se arroguen el derecho divino de acabar con la vida un hombre. La diferencia entre una Ciudad Gótica y una Sociedad Ética son sus miembros y sus valores que los harán elegir gobiernos que los representen en sus principios y harán así cierta aquella expresión que reza “vox populi, vox Dei” (“la voz del pueblo es la voz de Dios”) que solo se hace real cuando la voz de ese pueblo expresa los valores del respeto al ser humano y a su derecho inalienable de la vida. Analia Forti