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Por Luis Palma Cané*
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Desde que China dió a conocer a principios de enero la existencia de un nuevo virus , denominado Corona COVID 19, el escenario mundial ha cambiado dramáticamente: a la fecha la epidemia se ha convertido en una pandemia que ya cubre más de 150 países,con aproximadamente 600 mil infectados y más de 20 mil muertes.
La característica básica de la misma es su crecimiento exponencial, lo cual -como ya es sabido- la ha convertido en un verdadero tsunami sanitario. Al no existir aún una vacuna ad hoc ni una terapia conocida, por el momento la única solución encontrada ha sido la aplicación de la llamada “distancia social” o , lisa y llanamente, el “confinamiento de la población”.
Desde el inicio mismo de la aplicación de esta medida que -con distintos grados de profundidad- ya alcanza aproximadamente a más de 30 países y 2800 millones de personas, se advirtió que cuanto mayor fuera la profundidad y duración del confinamiento mayor sería su impacto económico, financiero y social negativo. A partir de allí se planteó, entonces, la siguiente disyuntiva: o se atacaba fuertemente la epidemia, dando lugar a una fuerte recesión, o se priorizaban los niveles de actividad; aceptándose una mayor duración y gravedad de la epidemia.
Con este esquema conceptual -inicialmente- se dio prioridad a la epidemia, subestimándose sus impactos negativos. Sin embargo, a medida que los gobiernos fueron tomando conciencia que -de esta manera- la caída de la actividad iba a ser mucho más grave y profunda de lo pronosticado, cambiaron el rumbo y decidieron lo correcto: la disyuntiva epidemia versus recesión era falsa.En efecto, se hacía necesario no sólo profundizar el ataque con confinamientos más rígidos y duraderos, sino también atemperar sus efectos colaterales mediante la implementación de un conjunto de medidas económico, financieras y sociales de magnitud.
A este respecto, las económicas deben moderar la disrupción de la oferta y la caída de la demanda; las financieras asegurar la liquidez y el otorgamiento del crédito y las sociales asegurar los ingresos de los sectores más vulnerables.
En general , los países más afectados están procediendo de esta manera; esto es: ataque simultáneo a la pandemia e implementación de baterías de medidas, ortodoxas e -incluso- no convencionales.Sin embargo, no es menos cierto que -en la mayoría de los casos- ha habido cierta demora y resistencia al esquema de ataque integral.
Asimismo, ha sido generalizada la falta de simultaneidad en la implementación de los planes definidos y una clara ausencia de coordinación global. A este respecto, en la última reunión virtual del G20 -realizada esta semana en Dubai- no se logró mas que una declaración final de buenas intenciones. Asimismo, en la Unión Europea no logran ponerse de acuerdo acerca de la necesidad de emitir deuda con garantía comunitaria para financiar planes de estímulo.
En síntesis. La disyuntiva epidemia versus recesión ha demostrado ser falsa. En efecto, es imprescindible un ataque integral a los cuatro frentes (sanitario, económico, financiero y social), con la mayor simultaneidad y coordinación global posible. A este respecto, es hora que los líderes mundiales actúen en consonancia con la gravedad del escenario actual.
*Economista