___________
Por Mariano Obarrio
___________
El mundo en tiempo de coronavirus es una postal desoladora. Y el fenómeno va avanzando en nuestro país. El presidente Alberto Fernández analiza la posibilidad de establecer un autoaislamiento generalizado, preventivo, que parece tristemente necesario. Es inminente la suspensión de las clases. La agenda política y económica está postergada.
Ningún ciudadano entra y sale del país desde el martes, las exportaciones parecen paralizarse por el parate del comercio exterior y vivimos dentro de una película de catástrofe.
Los extranjeros estaban obligados hasta ayer a una cuarentena. Pero hoy directamente ya no podrán ingresar al país por 30 días si llegan de zonas afectadas. Se autoriza a todos los trabajadores a trabajar desde su casa. Preocupa cómo podría reaccionar el sistema de salud.
Para situaciones de crisis, soluciones de crisis. La caída a pique de la recaudación, el déficit fiscal, el freno de la actividad del campo por la caída de precio de la soja y la suba de retenciones parece otra tormenta perfecta. No le quedará otra alternativa al Gobierno que imprimir billetes.
No se sabe si esa solución será inflacionaria, aunque se descuenta que sí. Pero la profunda recesión, que se agrava con la parálisis de varios sectores y entre ellos el turismo, podría ser un freno para esa escalada de precios.
El turismo pide a gritos rebaja de impuestos, postergación de vencimientos y créditos blandos. La pregunta es cuánto tiempo tardarán otros sectores en reclamar lo mismo. Qué impacto puede tener todo esto en la recaudación y en la circulación de dinero entre argentinos.
La caída del precio del petróleo paralizó definitivamente a Vaca Muerta, además de otras medidas anteriores como el congelamiento de los precios del petróleo. Ese yacimiento no convencional era la esperanza blanca de Alberto Fernández. Los motores de la economía están averiados: el campo, la energía y la economía del conocimiento. Se sumó el turismo.
Las crisis pueden ofrecer oportunidades. Hay un resquicio de probabilidades de que una buena oferta a los bonistas pueda convencerlos en plena crisis mundial de reestructurar la deuda privada de 68.000 millones de dólares. Quizás es una posibilidad en diez, pero tal vez se podría aprovechar esa ventana.
En este contexto el FMI puede aceptar una postergación de pagos con plazo de gracia a tres años y diez de vencimientos. Serían las únicas buenas noticias. La otra buena noticia sería lograr un resultado positivo para contener el virus con las medidas restrictivas y el cierre de las fronteras. Por ahora, todos estamos en autoaislamiento, el país en cuarentena y la economía en terapia intensiva.