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Por Analía Forti
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El denominado “Aislamiento Social Preventivo” que consiste en un distanciamiento social con el objetivo de prevenir la propagación del virus COVID-19, implica un confinamiento de los individuos en sus hogares con todos los efectos que esto tiene sobre las emociones (impotencia, frustración, sentimientos de desamparo y soledad, ansiedad, miedo, incertidumbre).
Este aislamiento social que irrumpe en nuestra vida de manera inesperada como una circunstancia adversa que se nos impone de manera ineludible, nos interpela y requiere de un esfuerzo adaptativo para la adopción de nuevos hábitos de vida, que implica dejar de lado temporalmente otros a los que estábamos acostumbrados y que formaban parte de nuestras rutinas cotidianas.
Nos descubrimos de pronto privados (temporalmente y por un plazo incierto) de nuestra libre circulación y de nuestros contactos sociales habituales. Nos encontramos despojados de nuestra vida elegida, de esa que habíamos construido y nos vemos forzados a rearmar una nueva en condiciones de encierro. Este proceso que debemos transitar para adaptarnos activamente a esta nueva realidad, implica transitar un proceso muy similar al de un duelo (aún cuando sabemos que este aislamiento social es transitorio y temporal).
En un primer momento aparecen sentimientos de negación (esto no está sucediendo, no puede ser verdad, no podemos estar viviendo una pandemia, no puede ser real). En un segundo momento aparecen sentimientos de enojo, pudiendo incluso aparecer momentos de ira (nos enojamos con la situación, con la realidad que se nos impone y no podemos modificar). Surgen luego sentimientos de tristeza y de angustia, ante esto que es una realidad ineludible y por último aparece la aceptación de lo que es, hasta que en la última etapa de este proceso se logra valorar lo que se tiene, mas allá de aquello que se ha perdido. Esos momentos que se presentan como etapas, no son rígidos sino que pueden solaparse, avanzando hacia alguna etapa y luego retrocediendo momentáneamente a una anterior, hasta finalmente alcanzar ese momento de aceptación que permite la adaptación activa a la nueva realidad.
Este proceso tan similar al de un duelo, ya lo estamos transitando, cada uno a su tiempo y con sus propios recursos. Lo cierto, es que tenemos por delante el desafío de afrontar este aislamiento social preventivo obligatorio, con dos actitudes de fundamental importancia para transitar de una mejor manera este proceso, como lo son la tolerancia a la frustración y la flexibilidad. Cuanto menor sea la resistencia a la nueva situación y mayor sea la aceptación, mejor será nuestra calidad de vida durante el proceso.
*Consultora Psicológica / Op . en Psicología Social / Logoterapeuta